BARRET, Daniel. "Al pan, pan y al vino, vino: a propósito del reciente "Manifiesto solidario" de la Internacional de Federaciones Anarquistas"

América del Sur(aspectos generales)América latina.- Historia del anarquismo Vénézuéla BARRET, Daniel

El Nº 227 del Tierra y Libertad -órgano de la Federación Anarquista Ibérica- contiene un “Manifiesto solidario con anarquistas y movimientos sociales en Venezuela” suscrito por la Internacional de Federaciones Anarquistas (IFA). Este pronunciamiento -sin perjuicio de su concisión, claridad y contundencia; y sin perjuicio también de un contenido que puede parecer casi redundante- resulta ser, a la postre, de una extraordinaria importancia para el movimiento anarquista internacional desde el punto de vista teórico, ideológico, político, práctico y organizativo. Ciertamente, la declaración se circunscribe al caso venezolano y menciona expresamente la feroz y enconada campaña de difamaciones de que es objeto la publicación El Libertario de Caracas; pero una simple, directa y poco esforzada extrapolación nos dice también que, en líneas generales, la misma delimita con trazos firmes el contexto de reflexiones y tomas de partido respecto a las experiencias populistas que tienen lugar en América Latina: : un fenómeno de enorme y actual gravitación en la región que no deja de hacer sentir sus poderosos efectos, en un sentido o en el otro, sobre la vasta y diversificada constelación de agrupaciones libertarias del continente. Además, dados los antecedentes y posicionamientos de la IFA, no tiene nada de rebuscado extender esta declaración solidaria al resto de circunstancias y prácticas resistentes de esas mismas agrupaciones; al menos en aquellos casos en que existan precisas y notorias afinidades previas. Vale la pena, entonces, que nos explayemos así sea brevemente sobre el documento y sus más evidentes derivaciones conceptuales.
 1 El texto pasa revista a los elementos cuestionables más destacados, mayormente ocultos y menos conocidos de la realidad venezolana; esos elementos que para los “bolivarianos” se constituyen como “secretos de Estado” y cuya mención es inmediatamente desacreditada por ponerse, según ellos, “al servicio de la derecha y el imperialismo”: represión de manifestaciones populares, detención de activistas, criminalización de la protesta, reforzamiento de los mecanismos legales de control, catastrófica situación carcelaria, etc. También, desarticulando el mito del “socialismo del siglo XXI”, nos recuerda que Venezuela sigue siendo un eslabón de la “globalización” económica, un socio privilegiado de ciertas corporaciones transnacionales, un proveedor diligente de energía al más enconado adversario de sus diatribas oficiales y un país que cuenta todavía, en el marco de un asistencialismo estatal moderado e ineficiente, con una de las más desigualitarias distribuciones de la riqueza en América Latina. Complementariamente, allí se destaca que lo desigualitario no sólo se expresa en los términos relativos de la distancia social entre privilegiados y desposeídos sino que encuentra sus manifestaciones más acuciantes en los propios de la pobreza absoluta y de la angustiante situación de miseria de los sectores populares. Por añadidura, a modo de corolario, no se deja de señalar el rol determinante del Estado -y, por ende, del consabido elenco gubernamental- en una cierta y parcial renovación clasista que tiene por beneficiarios a la nueva burguesía “bolivariana” y a la alta burocracia cívico-militar; una y otra a horcajadas de una corrupción galopante, inocultable y que parece de nunca acabar.
En definitiva, y muy a pesar de “revolucionarios” optimismos y de los esperanzados créditos que en un lado y en el otro se le extienden al “chavismo”, lo que el documento de la IFA trae a colación en su propia escala de actuación es que, en Venezuela como en cualquier otra parte, y sin desmedro de las especificaciones que merezca cada caso particular, la lucha de los anarquistas sigue siendo, como siempre, contra el Estado y contra el capital. O, para decirlo de otro modo, que no se encuentran razones para mantener allí una posición amigable o tan siquiera expectante con esa trama concreta de relaciones de poder ni tampoco, por lo tanto, para abandonar sin pena ni gloria una posición rotundamente anticapitalista, antiestatista y antiautoritaria. Y que, en consecuencia, la IFA, en la medida de sus posibilidades, habrá de sentirse solidaria con sus pares venezolanos así como habrá de apoyar la forja autonómica de los movimientos sociales de base. Desde cierto ángulo de observación puede entenderse que no se ha dicho nada nuevo y que el pronunciamiento no es mucho más que una mera confirmación.
 2 Sin embargo, la declaración de la IFA sí pone el dedo en la llaga y resulta particularmente oportuna en el actual cuadro de situación por el que atraviesan tanto la región como el movimiento anarquista de América Latina. Implícitamente, lo que dicha declaración está poniendo enfáticamente sobre el tapete es que nadie debería concebir que el movimiento anarquista se limita a ejecutar una casi inaudible música de fondo y no se piensa más que como la mano de obra auxiliar o el “ejército de reserva” de proyectos que le son incontrolables y ajenos. Porque, en efecto, todavía persiste en alguna gente esa visión errática, tranquilizadora y auto-complaciente según la cual los anarquistas de hoy día no serían más que los remanentes de un pasado remoto; un cierto tipo de inflexión exótica, pintoresca y hasta simpática de la revolución socialista; una suerte de acompañamiento extravagante, revoltoso y febril que debería hacer mutis por el foro sin quejas demasiado estridentes una vez llegado el momento de la “seriedad” y del poder. Antes que eso, lo que el pronunciamiento está dando a entender es que el anarquismo y el movimiento que lo encarna constituyen una configuración singular, no permutable y no subordinable desde el punto de vista teórico, ideológico, político, práctico y organizativo. Antes que eso, también, lo que el pronunciamiento se encarga de recordar es que el movimiento anarquista cuenta con un proyecto militante a defender con uñas y dientes frente a cualquier trama de relaciones de poder y que mal puede ser confundido con el acné juvenil, los pañuelos descartables o las frutas de estación; un proyecto militante a blandir a lo largo y a lo ancho de un dilatado período histórico; un proyecto militante que no se agota en la lucha contra el neoliberalismo y que no se estrecha en el anti-imperialismo convencional; un proyecto militante que no se detiene ni se desfigura en las puertas del populismo, de la socialdemocracia o de la “dictadura del proletariado” y que se resiste a cualquier intento de mediatización reformista, posibilista, meliorista o de mera acomodación.
 3 Siendo así, el documento se encarga de insinuar y actualizar ciertas derivaciones más o menos obvias. De lo que se trata, entonces, en esta circunstancia histórica concreta y en esta región del mundo, es de pulir algunas facetas de ese proyecto militante de modo tal que sea posible encontrar una presentación social y una forma de actuación capaces de capear la presente ilusión populista: la misma ilusión que nos habla del “socialismo del siglo XXI” en Venezuela y del “capitalismo andino-amazónico” en Bolivia; la misma ilusión que, luego de la “piñata sandinista”, no tiene el más mínimo pudor de aliarse con la derecha política y el conservadurismo clerical en Nicaragua y de neutralizar hasta nuevo aviso el ánimo levantisco de los “forajidos” en Ecuador; la misma ilusión que mira para el costado, como al descuido, si se aprueba una grosera “ley anti-terrorista” en Argentina y que también reanima, subsidio petrolero mediante, la descalabrada economía de Cuba. Ésa es o debería ser, en definitiva, la clave de lectura implícita pero razonablemente desvelada del “Manifiesto solidario” de la IFA.
Esa ilusión populista cabalga a lomos de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), del Tratado de Comercio de los Pueblos o del Banco del Sur y porta en sus alforjas la promesa de una América Latina integrada, justa y solidaria; una ilusión populista que no elude salvíficos pronósticos meteorológicos y que nos dice que, al menos en Venezuela, se habrá liquidado la pobreza para el 2021, quizás como forma de celebrar con bombos y platillos el para entonces anunciado retiro del “comandante” Chávez.
Pero, ilusiones al margen, la mera sensatez nos dice que sólo estamos frente a un modelo de re-conexión con nuestro mundo “globalizado”. Más allá de desaforados optimismos, el modelo populista carece realmente de un proyecto integrador autónomo, de largo plazo y purgado de contradicciones y competencias entre los Estados participantes; no deja de mostrar su alta dependencia de la inversión extra-regional, independientemente de su procedencia y diversificación; y, además, continúa apoyándose en un esquema primario-exportador ecológicamente insustentable. Ese mismo modelo, basado fundamentalmente en el fortalecimiento de los Estados periféricos, no por ello deja de perpetuar la incapacidad de los mismos para cumplir con sus supuestas funciones instrumentales y simbólicas; su impotencia para satisfacer demandas de variados y difícilmente conciliables orígenes; y, por último, su inoperancia para expresar subjetividades colectivas múltiples a las que ahora se intenta reducir a equivalencias completamente artificiales.
El modelo populista, entonces, liberado de sus componentes ilusorios, no es otra cosa que un vasto proyecto de promoción, lanzamiento y desarrollo de un capitalismo regional; opuesto en un sentido restringido y muchas veces meramente retórico al de las metrópolis hegemónicas, pero no por ello menos tributario de las viejas y nuevas clases dominantes vernáculas, actualmente en proceso de reestructuración.
4- No obstante su importancia, las anotaciones precedentes no dejan de ser puramente coyunturales y se sabe sobradamente -aunque ciertos tontos y calumniadores se las ingenien para ignorarlo una y otra vez- que el pensamiento y las prácticas anarquistas van bastante más allá de las mismas. Por lo pronto, un posicionamiento contra la ilusión y el modelo populistas no cubre la totalidad de problemáticas y circunstancias con las que haberse cabal y beligerantemente en los países latinoamericanos y tampoco cubre la variedad de escenarios históricos que puedan presentarse de aquí en más. Lo que sí satisface esa necesidad es nuestra definición básica en tanto que anticapitalistas, antiestatistas y antiautoritarios; en cuanto socialistas y libertarios. Una definición que es mucho más que una declaración de deseos, que no se agota en su sola formulación y que cuenta con un respaldo teórico-ideológico que ahora convendrá evocar en aquellos trazos que vienen a propósito de nuestro actual asunto.
Los anarquistas se reconocen, desde el comienzo mismo de su andadura como movimiento, no sólo por su vocación libertaria y socialista -que muchos reclaman para sí en los tiempos de las calendas griegas- sino también por defender un proyecto intransferible de construcción al respecto. En su formulación actual, avalada por un siglo largo de experiencia histórica y de “socialismos” frustrados, ese proyecto nos informa que una sociedad sin explotación ni dominación sólo se construye a partir de una profunda e irrevocable decisión colectiva instituyente de la gente misma; de una sucesión inacabable de gestos de resistencia y creación que asumen el contenido y la forma de una autogestión generalizada; sin jerarquías, sin vanguardias y sin caudillos que pretendan sustituir desde las alturas celestiales del Estado lo que sólo puede ser obra de la sociedad en tanto tal. Se ha dicho hasta el hartazgo propio y ajeno, pero nunca está de más volver a repetirlo: no hay caminos infalibles hacia el socialismo y la libertad sino que una construcción insobornable entre hombres libres, iguales y solidarios resulta ser el camino mismo; aquí y ahora.
Y, por cierto, ni el gobierno venezolano ni ningún otro tienen algo que ver con esa épica terrenal y pagana de construcción comunitaria. Es por eso que el modelo populista no es otra cosa que una ilusión, basada en la necesidad inmediata de volver a creer luego de tantos fracasos acumulados por el mal llamado “socialismo real” desde el segundo lustro de los años 80 en adelante; es sostener absurdamente una vez más -renovando modelos del pasado y que en él agotaron su cuota de oportunidades- que la historia se ha puesto en marcha hacia su “destino manifiesto”, ahora a través del conocido atajo caudillista y redentor que, como siempre, pretende infructuosamente sustituir la trabajosa responsabilidad autogestionaria de la gente.
5- La construcción socialista y libertaria, entonces, no es una tarea que pueda abandonarse en manos de organizaciones jerárquicas y de mesianismos insolentes sino que sólo puede ser asumida por un conjunto de hombres libres, iguales y solidarios en paralelo con sus innumerables actos de demolición. En esa prolongada peripecia no hay lugar para las ilusiones que se limitan a decirnos que “otro mundo es posible”: no hay lugar -como ya se ha señalado- para las ilusiones populistas que quisieran vernos formar parte del obediente séquito de los caudillos de turno y tampoco hay lugar para las ilusiones socialdemócratas de los Lula da Silva, Michelle Bachelet o Tabaré Vázquez que querrían enrolarnos como disciplinados y prolijos trabajadores de sus preocupaciones asistenciales. En primera y última instancia, no hay lugar para ilusiones y treguas con ningún tejido de relaciones de dominación y por eso hay mucho menos lugar todavía para quienes nos dicen que ya vivimos en el mejor de los mundos posibles y que sólo cabe ocuparse de algunos retoques y maquillajes: que tal es, en definitiva, el discurso de los Álvaro Uribe, Alan García o Felipe Calderón y, por supuesto, también el que impone los Tratados de Libre Comercio, el patoterismo inter-estatal y la guerra que el señor George Bush expresa a las mil maravillas.
Seguramente es por todo ello que la solidaridad a la que se refiere la IFA no sólo se limita a los anarquistas venezolanos sino que también se extiende a los movimientos sociales del mismo país. Pero, casualmente, no a los movimientos sociales cooptados desde el Estado e integrados a sus nichos de asimilación sino a los movimientos sociales autónomos; aquéllos que se forjan y se recrean a sí mismos en el vértigo de sus antagonismos con el poder. Porque, en definitiva, un camino de construcción genuinamente socialista y libertario no puede menos que apoyarse, entre otras prácticas de levantamiento, en experiencias que por sí mismas se encargan de actualizar el socialismo y la libertad: esos movimientos que en sus múltiples recorridos de agitación y rebeldía encarnan anticipadamente un mundo nuevo. Y lo encarnan insurgiendo contra las instituciones de dominación, autogestionando sus luchas, practicando la acción directa, creciendo en sus asambleas y solidarizándose transversalmente entre sí. Se lo mire por donde se lo mire, esos movimientos y no otros son los destinatarios de la solidaridad y el compromiso de la IFA.
6- En resumidas cuentas: tal como hemos intentado desarrollarlo, el pronunciamiento de la IFA es una necesaria toma de posición política que inevitablemente ha de remitirse a sus fundamentos teórico-ideológicos y que también le recuerda a los olvidadizos que el movimiento anarquista cuenta con prácticas y organizaciones propias que no son hipotecables frente al primer amago de seducción que se despliegue en su horizonte inmediato. He ahí, pues, la importancia capital del “Manifiesto solidario”; el que, además, por si esto fuera poco, acaba situando una problemática local en el plano internacionalista que le corresponde. Ese internacionalismo es, precisamente, lo que hoy debe ser recuperado y fortalecido entre los cientos de agrupaciones libertarias de América Latina: agrupaciones que, en forma abrumadoramente mayoritaria, son de formación reciente y de composición prevalentemente juvenil; y que, por tal motivo, no cuentan todavía con los desarrollos y las instancias de articulación de los que sí disponen las veteranas federaciones europeas.
Pero no por ello se trata de proponer una tutoría ni una relación de dependencia de especie alguna sino de interpretar el pronunciamiento de la IFA como un estímulo a la solidaridad internacionalista dentro de la región. Son las propias agrupaciones de América Latina las que deben intensificar su ejercicio y trascender así los particularismos, rencillas y estrecheces en que muchas veces nos vemos enfrascados. Son las agrupaciones anarquistas de América Latina las que deben extraer, con sus rasgos específicos y las adaptaciones del caso, las consecuencias teóricas, ideológicas, políticas, prácticas y organizativas que corresponda extraer. Precisamente, la solidaridad internacionalista es no el brebaje mágico que todo lo resuelve sino un componente esencial de nuestros desarrollos futuros; una parte fundamental de ese aprendizaje en el que los problemas y las dificultades de unos se transforman en la tarea de todos. Y no para dejar de ser lo que cada uno es en el mayor nivel de acuerdos y tampoco para decretar ridículamente la automática supresión de nuestras diferencias sino para rescatar con mayor fuerza aquel sustrato común socialista y libertario en el que nos reconocemos sistemáticamente. Así, tal vez y sin haberlo dicho, el gran mérito del “Manifiesto solidario” de la IFA consista en permitirnos evocar lo mucho que queda por decir y lo muchísimo que queda por hacer.