ZIBECHI, Raúl. Dispersar el poder. Los movimientos como poderes antiestatales

* bibliografíaBolivia

Tinta Limón ediciones, 220 págs.

El registro cuidadoso de las luchas y acciones colectivas de insubordinación social que impulsan el desplazamiento del poder y del orden instituido, es la contribución de Raúl Zibechi a los hombres y mujeres que en Bolivia hoy están de fiesta, y a sus hermanos y hermanas que lejos de esas montañas andinas insistimos en nuestras propias tareas de auto emancipación. Este libro se inscribe en lo más hondo de la tensión contemporánea entre autonomía y gobernabilidad, entre revolución e institucionalización, que es sin duda el punto donde estamos situados quienes nos empeñamos en mirar hacia lo por venir, hacia lo por-hacer.
(Fragmento del prólogo de Raquel Gutiérrez y Luis Gómez)

Indice

Prólogo, por Raquel Gutiérrez y Luis Gómez
Introducción
1) La comunidad como máquina social
 La cohesión barrial, forma de sobrevivencia
 Comunidades urbanas
2) La ciudad autoconstruida: dispersión y diferencia
3) Cotidianeidad e insurrección: órganos indivisos
 La guerra comunitaria
 La mirada micro
 Comunicación en movimiento
4) Poderes estatales y no estatales: difícil convivencia
 Juntas vecinales como instituciones
 Movimiento como institución y como mover-se
5) Justicia comunitaria y justicia alteña
 Una justicia no estatal
6) Estado aymara
 La idea de poder-Estado entre los aymaras
 Poderes difusos; poderes centralizados
 ¿Hacia un Estado multicultural?
 Ambigüedades aymaras
Bibliografía
Epílogo. Notas sobre la noción de "comunidad", por el Colectivo Situaciones

Prólogo

Raquel Gutiérrez / Luis Gómez
1. El momento
Dispersar el poder, el libro de Raul Zibechi que el/la lector/a tiene en las manos, aparece en un momento gozoso y festivo de la casi siempre dura, esforzada y con frecuencia trágica historia de Bolivia. Desde el 18 de diciembre de 2005 y, con mayor intensidad, durante enero de 2006 Bolivia ha estado de fiesta. No es para menos. Después de un ciclo largo de rebeliones, levantamientos, movilizaciones y sublevaciones indígenas y populares abierto en el 2000, hoy se celebra y se disfruta un triunfo que además de dulce, también tiene el ácido y placentero sabor de la revancha.
Evo Morales, hace 4 años expulsado del Parlamento Nacional por "sedicioso" y "terrorista" ocupa hoy la silla presidencial . Alvaro García Linera, hasta hace apenas ocho años encarcelado en la cárcel de máxima seguridad de Chonchocoro por "alzamiento armado y terrorismo" es hoy vice-presidente . Casimira Rodríguez, mujer quechua de pollera, empleada doméstica, tenaz luchadora por el reconocimiento de derechos laborales para las mujeres que sirven en las casas de los ricos, es hoy Ministra de Justicia . Sacha Llorenti, joven activista de los derechos humanos, experimentado mediador en mil conflictos y muchas veces amenazado por represores de todos los partidos, es el embajador de Bolivia ante Estados Unidos . Así podríamos continuar enumerando a las decenas de personas para quienes la vida, desde hace unos días ha dado un vuelco: de la lucha en la calle, de la afrenta mil veces soportada, del estigma adherido a la piel, a quedar colocados en la cúspide de un aparato estatal podrido de racismo y apestoso a desprecio, que se intenta paulatinamente ir desmantelando. Ahí están ahora los que han luchado siempre, luciendo sus costumbres y sus principios en las pantallas de televisión. También están ahí, es cierto, algunos personajes obscuros que no se entiende por qué se colaron a la actual fiesta de los pobres, no se entiende quien les abrió la puerta. Ambigua presencia sobre la que reflexionaremos más adelante.
Bolivia está festejando y no lo hacen sólo unos cuantos. Festeja su triunfo más de la mitad de la población, casi las dos terceras partes. Se sienten satisfechos los miles y miles de hombres y mujeres que desde el 2000 una y otra vez han estado dispuestos a deliberar y movilizarse, a tomar la calle, a bloquear los caminos, a defender los cocales, a enfrentar al ejército oponiendo tan sólo sus cuerpos, su número y su audacia. Todo este mes hemos visto rostros quemados por el sol derrochando grandes sonrisas o emocionadas lágrimas. Hemos visto un jolgorio de símbolos y colores con olor a tierra y a sudor, disfrutando el sabor de la victoria.
¡Y todo esto no es poca cosa! ¡Es nomás cuestión de recordar un poco los años pasados para sentir el profundo contraste! Si pensamos que hace menos de 20 años se derrumbaba estrepitosamente el mal llamado "socialismo real", si recordamos lo gris y triste que eran la vida y las noticias hace apenas 10 años, con el discurso neoliberal aturdiéndonos con su insidioso y ramplón argumento de que si se enriquecían enloquecidamente algunos, a los demás en algún momento alguna migajita nos llegaría a la mesa. Si pensamos en ello, no podemos sino contagiarnos de la eufórica alegría que en este último mes emana de Bolivia.
¿Cómo ha sucedido este cambio? ¿Cómo se ha producido esta posibilidad auto-emancipativa que hoy representa Bolivia? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha sido posible que un conjunto de movilizaciones y levantamientos sociales hayan podido llegar hasta donde han llegado hoy, sin dirección única pero eso sí con una fuerte tradición de organización comunitaria; sin una estrategia muy definida aunque eso sí, con objetivos comunes sumamente claros; sin recursos externos de ningún tipo, aunque eso sí, con una capacidad enorme para el derroche generoso del esfuerzo y del tiempo...? ¿Cómo ha sido posible esta auto-redención?
Las explicaciones ya están apareciendo en grandes cantidades: "ha sido la acertada combinación de una estrategia de movilización social con una adecuada habilidad para la participación electoral", están pontificando algunos y dicen sólo la verdad a medias. "Ha sido la fuerza moral y social de un líder inteligente, carismático y versátil", sancionan otros y con ello no explican nada, y definitivamente mienten. Raúl Zibechi se hizo también esta pregunta, con el mérito y la agudeza de hacérsela antes de que la CNN transmitiera en vivo un discurso de Evo Morales y el mundo reparara que en Bolivia algo estaba pasando. Él también se preguntó ¿cómo era posible que en Bolivia estuviera pasando lo que ha pasado desde el año 2000? ¿Cómo era posible, con base en qué fuerzas, se había derrotado a Sánchez de Lozada? ¿Cómo era posible que se movilizaran coordinadamente en medio de un aparente caos, miles y miles de hombres y mujeres aymaras en El Alto para echar del gobierno a un presidente asesino o para expulsar a una voraz empresa transnacional dispuesta a lucrar con la sed y la carencia de los vecinos de una manera similar, aunque específica, a como se había expulsado a otra transnacional en Cochabamba en el 2000? ¿Cómo hacían los aymaras rurales y urbanos de Bolivia y los hombres y mujeres de Cochabamba para tender sistemáticamente cercos al poder? ¿Cómo se ponían de acuerdo sin que se viera ningún "centro visible" de la acción social? ¿Cómo deliberaba esta gente orgullosamente morena y vigorosa, de tal modo que no importaba a quién se preguntara, todos sabían qué estaban haciendo y hacia dónde tenían que ir? ¿Cómo era posible que se sintonizaran miles de voluntades de tal manera que cada quien pueda hacer simultáneamente lo que quiera y lo que pueda para contribuir al objetivo común? ¿De dónde aparece y cómo se produce esta inteligencia colectiva...? ¿Esta capacidad creativa?
Raúl Zibechi, ha tenido el mérito de distinguir la fuerza más profunda de las múltiples poblaciones de Bolivia, que son la fuerza material y móvil que se ha desplegado en los últimos años expandiéndose y que ha producido, en este enero simultáneamente soleado y lluvioso, el momento de gozo y fiesta que hemos descrito. La fuerza que ha cautivado la mirada de Zibechi es la de la comunidad. Lo ha seducido la voluntad y el conocimiento de un numerosos contingente de hombres y mujeres aymaras para desplegar su capacidad de ser comunidad, de crear comunidad, de actuar como comunidad.
Y de eso se trata el libro que el/la lector/a hallará después de este prólogo. De lo que Raúl Zibechi ha investigado, ha reflexionado y ha imaginado acerca de la comunidad, de esa forma de relación entre hombres y mujeres que habilita simultáneamente la autonomía y la obligación, conjurando con ello a la soledad -endémico mal del alma occidental-. Raúl Zibechi ha estudiado con seriedad la experiencia de los migrantes de El Alto que se han construido una ciudad-casa-comunidad-fortaleza indígena en los últimos 20 años y en este libro compendia lo que ha aprendido, lo que ha pensado y las nuevas interrogantes que se le presentan.
Este es el primer significado que encuentro en el trabajo de Zibechi. Es una contribución importante, decisiva, para reflexionar y sistematizar lo que ha venido sucediendo en Bolivia durante los últimos cinco años. En ese sentido, es un aporte valioso, quizá único por el momento en el que ve la luz, para continuar profundizando este momento de fiesta y de creación.
Y permítanme amables lectores, una disquisición más sobre el momento actual, sobre el presente en el que se publica Dispersar el poder. Hay una pregunta metodológica fértil para entender el fenómenos social según mi experiencia de vida y de academia: interrogarse siempre y con profundidad acerca de "cómo ha quedado constituido el momento actual", indagar a partir de qué contradicciones sociales, de qué confrontaciones, fuerzas, límites y posibilidades estamos habitando este instante al que denominamos presente. Hacer el ejercicio de respuesta a tal interrogante habilita a quien reflexiona no solamente una mirada histórica sino que le exige ver las tendencias en pugna que se sintetizan en eventos puntuales de lucha, de quiebre, de luto o de gozo. Por eso mismo, le permiten entender las potencias y los peligros que se cristalizan en un momento dado, no como un cierre o una clausura sino como un reto, no para identificar, clasificar y fijar lo que existe sino para indagar en el porvenir, para permitir que el futuro también entre a alumbrar el hoy . Para entender la historia como insistente y terco desafío.
Por eso es útil, a la hora de leer Dispersar el poder no dejar de tener presente que el hoy gozoso que habita Bolivia no es sino el resultado de la tenaz lucha de resistencia primero, y ofensiva después, de ese gigantesco conglomerado de hombres y mujeres, jóvenes, ancianos y niños que han protagonizado la Guerra del Agua en Cochabamba en el 2000 y los esfuerzos posteriores de re-apropiación social del agua, los bloqueos de caminos y cercos a la ciudad de La Paz en abril y septiembre de 2000, en junio de 2001, en septiembre octubre de 2003, en mayo-junio de 2005, los levantamientos e insurrecciones de la ciudad de El Alto en febrero de 2003, en el Octubre Rojo de 2003 y en mayo-junio de 2005, los bloqueos de caminos y las marchas de los cocaleros de El Chapare y de Yungas en enero de 2002, en octubre de 2003 y en mayo-junio de 2005, las tomas de tierras, cierres de válvulas de los gasoductos, ocupaciones de los pozos petroleros en la región sur-oriental de Bolivia a lo largo de todos estos años. Son pues, como puede notarse, seis años plagados de luchas, de esfuerzos, de indignación convertida en protesta pública, de discusiones y deliberaciones sobre el camino a seguir, de movimiento, en su sentido más profundo ...
Y las élites bolivianas, las burocráticas y racistas clases dominantes, la oligarquía y la burguesía minera-financiera, no lograron, pese a que intentaron mil maniobras, a que sacaron al ejército a masacrar en 2003 y años anteriores, a que ostentaron toda la fuerza del discurso ciudadano que convoca a que el hombre y la mujer de a pie delegue su voluntad y su prerrogativa de intervenir en el asunto público en los consagrados para mandar... no lograron contener el torrente que se les vino encima, ese alud que hoy tiene al Palacio Quemado oliendo a coca y a pollera, y que va convirtiendo la Casa Presidencial de San Jorge en un conventillo para escándalo de quienes si "saben vivir" solamente porque condenan a otros a medio vivir y a mal morir.
Así ha quedado constituido el momento actual. La sociedad boliviana trabajadora y comunitaria ha derrochado energía en todos estos años y ha logrado esta transformación del orden de las cosas. La energía social ha sido suficiente para expulsar a las élites del gobierno utilizando sus propios caminos de recambio instituido: las elecciones. Está en pié, sin embargo, todo un andamiaje institucional y un entramado legal heredado de la colonia y apenas remozado durante la república. En todo caso, polleras, ponchos, medias nylon y sacos bien cortados hoy conviven en medio de una telaraña heredada de reglas ajenas y de oficinas las más de las veces inútiles, o sin otro propósito que normalizar, encausar y controlar la voluntad y la creatividad de las personas. Por ello mismo, esa energía social, esa capacidad de hacer múltiple y enérgica que brotó en el Valle de Cochabamba y en el Altiplano aymara, está cerca de un punto de bifurcación, como dicen los físicos. La bifurcación se presenta a modo de disyunción: o en los siguientes meses y años presenciamos y contribuimos a impulsar la continuación de la socialización de ese Estado boliviano, entendiendo esto como la disolución en la sociedad del monopolio de la voz y la decisión pública; o bien aceptamos la estatalización de la sociedad trabajadora beligerante que ha empujado su propia historia hasta donde está hoy. Profundizar y expandir la transformación hasta hoy alcanzada o apostar por la estabilización paulatina de lo logrado. Ese es, para mi, el desafío que se encierra en el útero de la Pachamama andina, a través de las acciones de sus hijos e hijas.
Esto puede ser formulado de otra manera: hay quienes afirman que la subida al gobierno de Evo Morales es la culminación de la ola de luchas abierta en el 2000 y que ahora es el momento de la institucionalización de lo avanzado. Hay quienes sostenemos que hoy, felizmente, estamos atravesando un momento festivo de la Revolución Social abierta en Bolivia con el amanecer del siglo XXI, quienes creemos que nada está cerrado sino que con la energía social previa, lo que se ha logrado es abrir múltiples puertas y ventanas para continuar modificando las relaciones entre las personas, para que entre sí entablen otro tipo de vínculo con las cosas que es, a fin de cuentas, la manera profunda de auto-emanciparnos, esto es, de modificar-trastocar-transformar el mundo social.
Dispersar el poder, a mi juicio se inscribe en esta última búsqueda y constituye una contribución importante; es una herramienta sólida no sólo para entender qué ha pasado, es decir, para responder a la pregunta "cómo ha quedado constituido el momento actual", sino para abordar la cuestión fundamental: ¿De qué está preñado este presente, qué anida en su vientre como potencia, como esperanza?
2. La mirada
Dispersar el poder, al igual que otros trabajos de Raul Zibechi , se inscribe en una tradición antigua y, simultáneamente actual, de investigaciones serias y al mismo tiempo, militantes, que buscan respuestas a preguntas nuevas y urgentes sobre el asunto social. En este sentido, como casi todo el trabajo de Zibechi, Dispersar el poder presenta un conjunto de hipótesis en marcha, de interrogantes a la realidad inteligentemente anudadas que se esfuerzan por abrir cauces para la comprensión de lo que va sucediendo en los últimos años. Otra vez, este trabajo de Zibechi, no busca fijar, definir, clasificar, tal como pretende cierta tradición académica. No intenta establecer definiciones, ni quiere estipular principios generales. Más bien, pregunta y duda mirando hacia lo nuevo, hacia la creatividad humana que desborda los conceptos previos vaciándolos y exhibiéndolos como límites del pensamiento. En ese movimiento, convierte al conocimiento en potencia de la propia lucha social. He aquí su punto de vista metodológico:
Tomar los relámpagos insurreccionales como momentos epistemológicos es tanto como privilegiar la fugacidad del movimiento, pero sobre todo su intensidad, para poder conocer aquello que se esconde detrás y debajo de las formas establecidas. Durante el levantamiento se iluminan, aún fugazmente, zonas de penumbra (...); la insurrección es un momento de ruptura en el que los sujetos despliegan sus capacidades, sus poderes como capacidades de hacer, y al desplegaras muestran aspectos ocultos en los momentos de reposo y de menor actividad colectiva.
La tradición que nutre esta mirada hunde sus raíces en el acompañamiento de las luchas sociales y en el impulso de sus tendencias más vigorosamente emancipativas. Por eso mismo, el trabajo de Zibechi al tiempo que es heredero, es también pionero. Al mismo tiempo conserva, reajusta y rompe. Como todo lo vivo, no abandona sus fuentes sino que se empeña en ampliar sus alcances y anteriores límites. Es un libro completamente actual que vibra con la época, presentando las tensiones más agudas y tomando posición y partido.
El trabajo de Zibechi presenta una versión de los sucesos recientes de Bolivia con la intención de comprenderlos. Exhibe pues, una mirada situada, alejada de cualquier pretensión de objetivismo. Y no por ello menos rigurosa, menos aguda. Se pregunta de entrada cómo "la movilización disuelve las instituciones, tanto las estatales como las de -los propios- movimientos sociales" y para responderse indaga en la historia de la gente de la ciudad de El Alto: en la de sus luchas, en la de sus vidas, en la de sus organizaciones e instituciones.
La búsqueda teórica de Raúl Zibechi, que se va dibujando a lo largo de las siguientes páginas, también es importante. Él se cuestiona sobre las posibilidades de estabilización y permanencia -que no de institucionalización y congelamiento- de la energía social desplegada y hasta hoy, incontenible, que al producir la historia reciente de Bolivia, de los Andes, viene al mismo tiempo, transformándola.
Presentemos la pregunta de Zibechi con la mayor claridad posible, porque su pertinencia hoy, en Bolivia, es asombrosa. Si de lo que se trata es de responder a la cuestión de cómo ha sido posible la cadena de movilizaciones, levantamientos e insurrecciones recientes en Bolivia y si la respuesta está, grosso modo, en la permanencia reajustada de la comunidad, en la capacidad expansiva de formas comunitarias de decidir y hacer; entonces, una pregunta inmediatamente posterior es aquella sobre la posibilidad de que tales relaciones comunitarias, tales tecnologías sociales, tales capacidades humanas que se han desbordado en los años recientes a las instituciones oficiales, a la academia y a la producción serializada de opinión pública, puedan alcanzar un momento de expansión estable -es decir, no meramente convulsa-, profundizando el proceso auto-emancipador que hoy tiene a la oligarquía boliviana pasmada en un rincón y que ha producido la fiesta que describimos al inicio de estas páginas.
Esto es, Raúl Zibechi se pregunta sobre las posibilidades de que la fuerza de la multitud en movimiento pueda, hoy, seguir avanzando en la disolución-trastocamiento del Estado boliviano neocolonial y neoliberal. Zibechi, es importante precisarlo, entiende al Estado fundamentalmente como una relación social congelada, sin dejar de lado la importancia del entramado normativo y del andamiaje institucional -ie, del aparato- que sostiene y perpetúa esa relación. Para responderse a tal interrogante, que históricamente ha sido un punto ciego y negro para la tradición revolucionaria, se fija con cuidado en las instituciones del poder comunitario aymara recreado en la ciudad de El Alto. No hace una apología de las tradiciones asociativas, de los principios normativos, de los saberes acumulados, de las tecnologías organizativas y de los dispositivos de cohesión social. Más bien, presenta lo que ha encontrado mostrando sus posibilidades y fortalezas y exhibiendo también sus límites y carencias.
Su mirada no es ingenua, ni objetiva. Es intencionada y tiene una orientación práctica inmediata, lo cual vuelve a Dispersar el poder un libro todavía más valioso. Zibechi sospecha que en Bolivia van apareciendo los elementos para armar colectivamente una nueva metáfora que nos permita pensar y nombrar la transformación social y la emancipación. Yo creo que está en lo cierto y comparto con él ese punto de vista. Ahí se inscribe su permanente contraste entre formas sociales institucionales y organizativas que centralizan y aquellas que desconcentran y dispersan el poder-sobre, el poder imposición, habilitando condiciones para el poder-hacer.
La búsqueda de Zibechi por entender la "formación de poderes no-estatales", es decir, de unas capacidades sociales colectivas tendencialmente distribuidas de forma homogénea a lo largo y ancho del tejido social, no podría ser más pertinente y más actual si consideramos que en menos de 8 meses, casi con seguridad en Bolivia ha de instaurarse una Asamblea Constituyente que será un nuevo espacio de disputa y confrontación no sólo entre clases, sino entre proyectos y "modos" de futuro.
Una interrogante pues, tensa toda la investigación de Raúl Zibechi contenida en estas páginas. Formulada de manera explícita y quizá brutal, podría plantearse así: ¿es posible la institucionalización ampliada y expansiva de los poderes no estatales que han estado en la base de lo que hasta hoy se ha hecho en Bolivia? Otra manera de acercarse a esta pregunta es incluir la variable tiempo: ¿pueden los organismos y dispositivos sociales atravesados por lógicas comunitarias conservar su fuerza e impacto social de manera estable en el tiempo? ¿Es posible la permanencia e irradiación de la capacidad creativa de los hombres y mujeres aymaras en El Alto, en el Altiplano y de los bolivianos todos, en otras regiones del país, que se funda materialmente en el conjunto de relaciones comunales que convierte a todos en responsables y partícipes del asunto colectivo? O, presentado de otra manera "¿Cómo pueden las relaciones no estatales convertirse en el tipo de relaciones naturales en la sociedad actual?", ¿Será posible que, como sociedad, para continuar nuestra auto-emancipación, estabilicemos en el tiempo y el espacio el cúmulo de poderes no estatales antiguos y nuevos que han re-aparecido o se han visibilizado?
Estas preguntas, teóricas y políticas de primer orden, constituyen el asunto en el que Zibechi indaga. De ahí su pertinencia, su relevancia y su urgencia.
3. La contribución
Finalmente, unas breves palabras sobre la contribución real que constituye el trabajo de Zibechi al movimiento social boliviano y del mundo. Mencionamos ya el modo cómo alumbra el futuro al situar las interrogantes más urgentes que se presentan para el propio movimiento, esforzándose por razonar desde dentro de él. En esta dirección, Zibechi afirma que, "los sectores populares [e indígenas y comunitarios] sólo descubren sus potencias al desplegarlas", de la misma manera que el marxismo crítico nos dice que sólo en el curso de la lucha de clases es posible entender la constitución de los sujetos y la formación de las clases. Es decir, no se consolidan sujetos estáticos e instituidos -"organizaciones institucionalizadas", "estructuras", "partidos"- que sólo después de existir como tales, luchan; sino que de manera múltiple y polifónica se llevan adelante luchas que engendran, después, explícitamente, sujetos colectivos.
De esta manera, si "los actores populares [e indígenas y comunitarios] sólo descubren sus potencias al desplegarlas", el libro de Raúl Zibechi intenta mostrar y dar pistas para entender, justamente "el despliegue " de las potencias de los subalternos. Mediante ese ejercicio, contribuye pues, al propio engrandecimiento de esas potencias pues las visibiliza, las esclarece y las nombra.
Zibechi, cuando indaga en la posibilidad de "un estado aymara" no sólo pretende describir lo real, lo que hay. Además de ello, se empecina en vislumbrar lo que puede haber. No como utopía y deseo romántico, sino como una posibilidad dentro de lo que existe. Otra vez, un quiebre en el tiempo: el futuro ilumina el hoy tanto como el pasado lo conforma.
Y por esa razón es también muy importante toda la discusión teórica contra la tradición de pensamiento anglosajona sobre los movimientos sociales, es decir, contra la teoría elitista e identitaria de la acción colectiva. La finalidad de Raúl Zibechi no es discutir con esta tradición académica y con sus representantes en Bolivia , sino que se ve compelido a hacerlo, a sentar las diferencias y presentar las críticas, al momento de descubrirlas.
El registro cuidadoso de las luchas y acciones colectivas de insubordinación social que detonan e impulsan el desplazamiento del poder y del orden instituido, el movimiento de las capas tectónicas de la sedimentación social produciendo fisuras, acarreando erupciones y generando temblores, es la contribución de Raúl Zibechi a los hombres y mujeres de Bolivia hoy de fiesta, y a sus hermanos y hermanas que estamos más allá de esas montañas andinas, ocupados también en nuestras propias tareas de auto-emancipación.
Dispersar el poder se inscribe entonces, en lo más hondo de la tensión contemporánea entre autonomía y gobernabilidad, entre revolucionarización-institucionalización, que es sin duda el punto donde estamos situados quienes nos empeñamos en mirar hacia lo por venir, hacia lo por-hacer. Por eso, Raúl, gracias por este libro.
México-Tenochtitlán / La Paz-Chukiawu Marka, enero de 2006.
Epílogo
Notas sobre la noción de “comunidad”, a propósito de Dispersar el poder, de Raúl Zibechi (Tinta Limón Ediciones, 2006).
1. Acabamos de leer Dispersar el poder. Los movimientos como poderes antiestatales. La potencia del presente “momento boliviano” brota del texto de modo inocultable. La hipótesis, resumida desde el título mismo, nos coloca en medio del desafío político actual: se trata de perseverar en el punto de vista de las luchas, de las resistencias y de ciertos modos de existencia que les subyacen, como auténtica clave y motor del largo proceso de desorganización de las instancias centralizadas y difusas del poder colonial capitalista hoy visible a escala global.
La situación de Bolivia, dicen Raquel Gutiérrez y Luis Gómez en su prólogo, se caracteriza por una disyunción fundamental: o bien se encuentran los modos interpretativos, organizativos y políticos para profundizar el flujo democrático de reapropiación de los medios de vida y creación, o bien se ingresa en una fase de estabilización del movimiento, restringiendo las potencialidades del proceso en nombre de una supuesta sensatez gradualista.
En este contexto, la hipótesis de la “comunidad en movimiento” como vitalidad inmediata e insustituible del proceso nos lleva a considerar de manera directa no tanto sus derivas posibles, sus previsibles avatares, sino más bien el modo mismo en que nos representamos este flujo vital, estos núcleos persistentes de resistencia que tanto se efectúan desorganizando el poder (dispersándolo), como produciendo –simultáneamente– aperturas renovadoras de las energías e imaginarios sociales.
Por todo esto, la noción de comunidad nos interesa. Y no de un modo puramente especulativo, sino de forma concreta, tal como se nos aparece cuando nos ocupamos de la dimensión emancipativa de los procesos en curso.
Estas notas, por tanto, no concluyen nada sobre el libro de Raúl Zibechi, sino que, como mucho, prolongan ciertas discusiones abiertas sobre los modos de concebir la noción misma de lo común, lo comunitario.
2. La noción de comunidad asume –con razón– un peso decisivo en cada una de las fórmulas alcanzadas por Dispersar el poder, y preside cada una de las estrategias argumentativas, desde el momento en que se intenta hacer de la comunidad no una categoría general –útil para nombrar infinidad de objetos diferentes–, sino un concepto específico para un devenir histórico social: la comunidad es el nombre de un código político y organizativo determinado como tecnología social singular. En ella se conjuga una aptitud muy particular: la del advenimiento, a través de la evocación de imágenes de otros tiempos –y de otro modo de imaginar el tiempo mismo–, de unas energías colectivas actualizadas. La comunidad, en movimiento, ella misma movimiento, se desarrolla, así, como una eficacia alternativa, donde podemos percibir una inusual gratuidad en los vínculos. La comunidad nombra de este modo una disponibilidad hacia lo común siempre alerta, siempre generosa. Es indudable que esta manera de concebir la forma-comunidad está llevada, aquí, a su límite positivo. El texto ha extremado sus rasgos, su potencial emancipativo para desarrollar combates urgentes contra su anacronización modernizante, pero también para revelar, por contraste con otras formas actuales de vida, la existencia de fuerzas sensibles y políticas que la ponen en movimiento. La comunidad opera, entonces, en este texto, como nominación de las formas de la acción colectiva, y lo hace con toda la intención de circular a contrapelo de la sensibilidad evanescente para la cual todo lo sólido se desvanece en el aire.
3. La comunidad merece entonces una nueva atención. Ya no como excentricidad de un pasado que se resiste a morir, sino como una dinámica de asociación y producción común con sobrada vigencia política que, sin embargo, y por lo mismo que vital, plagada de ambivalencias. Pensar la comunidad equivale, entonces, a concebirla en su dinámica real: en marcha, claro, pero con sus detenciones y sus metástasis (como nos lo recuerda la película de Alex de la Iglesia, precisamente, La comunidad, pero también voces de la propia Bolivia como la de María Galindo “¿qué pasa si la autoafirmación indígena se nos pudre en el camino?”). Una comunidad percibida sin apriorismos ni folklorismos (que obstaculizan la comprensión de los modos en que lo comunitario se reinventa). Y, sobre todo, sin reducirla a una plenitud desproblematizada y desvinculada de otros segmentos de cooperación social (lo que hace a sus cierres, sus sustancializaciones).
Por el contrario, pensar la comunidad en su dinámica y su potencial implica reparar en los procesos de constante disolución, para entender luego los modos inéditos de su rearticulación en otros espacios (del campo a la ciudad), en otros tiempos (de la crisis del fordismo periférico a la del neoliberalismo), en otras imágenes (del pueblo a la junta de vecinos), luego de lo cual lo común es capaz de otras posibilidades a la vez que enfrenta otros conflictos. La comunidad no admite ser pensada como un hilo de continuidad en la historia de ciertas regiones latinoamericanas o como un sujeto persistente en el tiempo, sino a condición de ser descifrada como un conjunto de rasgos que –muchas veces de forma intempestiva– encarnan lo común.
4. La comunidad con sus zonas alienadas y recreadas es a la vez espacio de disputa y horizonte de actualización comunista. La comunidad toma forma como conjunto de procedimientos que surgen y se desarrollan en una línea quebrada de alteraciones, más que como gen y herencia impasible. La comunidad, existe como trama portadora de una memoria y un saber hacer, una reserva de imágenes y como fábrica de discursos y consignas de las luchas actuales, en contraste con sus propias inercias.
La comunidad es movimiento, en tanto esfuerzo por actualizar lo común, y lo común es siempre lo no absolutamente realizable, es una universalidad abierta, no aferrable en su plenitud. La comunidad es siempre, y por eso, un devenir, un intento, un avance. De allí también que sus cierres y detenciones la alejen de lo común o lo minimicen, delineando una “comunidad sin común”.
Poner la mirada en Bolivia a través de la interrogación por lo común es tratar de captar el laboratorio de una maquinaria social comunitaria (cómo surge y se desarrolla la fórmula: autonomía + cooperación) en plena marcha. Es difícil no ver en ese “funcionamiento” una producción (la de lo común bajo la forma de lo comunitario) y una proliferación (de lo común hasta más allá de los límites formales de las comunidades mismas), más que una mera movilización de recursos y lógicas completamente anteriores, siempre pre-existentes. Y es también difícil no asumir ese invento social en su complejidad: la idealización de lo comunitario equivale a distraerse sobre el proceso permanente de construcción de lo común, una pereza sobre las lógicas opresivas y jerárquicas que la atraviesan (detenciones y cierres) y que desafían a su reformulación permanente.
La comunidad, entonces, se desarrolla como terreno de configuración particular e histórica de lo común y lo común como virtualidad que late y se actualiza en la comunidad, pero que no vive realizado en ella.
5. Lo común se juega en la relación entre impulso comunitario y estado colonial, racista y capitalista. Pero esta relación no está condenada a ser concebida como la de un retorno de lo anacrónico sobre una frustración de lo moderno. Muy por el contrario, el hacer comunitario y su apertura a contradicciones y ambivalencias internas nos informan de la contemporaneidad radical de la comunidad respecto de otros modos de cooperación y organización social. De igual modo el estado colonial-capitalista, además de producir las peores jerarquías internas, ha sido un freno muy concreto al desarrollo de nuevas potencias subjetivas y políticas. La apertura a la que forzaron los movimientos sociales bolivianos expresa una nueva modernidad hasta ahora sumergida.
6. Lo comunitario, entonces, es dinámica de producción económica y subjetiva. Más que un modelo para asegurar una unidad cohesiva y sin fisuras, se activa a través de una diferenciación permanente. La comunidad tiende a reproducir químicamente sus moléculas (cooperación social + autonomía), evitando la concentración y atacando (dispersando) las instancias centralizantes, los moldes y medidas impuestos a su desarrollo. La comunidad, contra todo sentido común, produce dispersión. Una dispersión tanto más paradójica cuanto que constituye la posibilidad misma de su fluidez: evita la cristalización de las iniciativas o el congelamiento de los grupos en formas institucionales o estatales y a la vez dinamiza las energías populares. La dispersión como base de un desenvolvimiento de lo común insiste en combatir su alienación en formas fijas y cerradas, incluso el cierre de lo colectivo en comunidades puras. La comunidad que se define más bien por sus mutaciones itinerantes (migraciones, relocalizaciones, etc.) parece dar lugar a ese movimiento constante que hace de la dispersión su fuerza común.
Dispersión del poder, guerra al estado. Dispersión contra centralización.
La comunidad presiente y combate la acumulación y la concentración y en esa confrontación –que es también contra sí misma– va inventando procedimientos que van más allá de sus propios límites, de su territorio, difundiendo mecanismos de producción de lo común, tales como los sistemas de rotación de funciones, de obligación y de reciprocidad.
Sería un error, sin embargo, identificar esta lógica dispersiva con el aislamiento o la ausencia de relación. Todo lo contrario: la dispersión como condición de conexión transversal, de un aumento de la cooperación.
7. Durante los últimos años la noción de autonomía fue una de las que mejor funcionó para identificar esta dinámica de producción de lo común y dispersión del poder del estado, del capital, y también del modo en que estos poderes se reproducen al interior de las comunidades que protagonizan estos procesos. Estas prácticas de autonomía son tendencias que aspiran a transversalizar el campo social, y se agotan cuando no encuentran el modo de expandirse. De allí que no nos parece posible entender la noción de autonomía como la formación de una isla autosuficiente e incontaminada, cerrada, que en última instancia no haría sino ampliar el ideal liberal del sujeto racional afirmado en su independencia económica, intelectual y moral. Por el contrario, la autonomía aparece en las luchas de buena parte de América Latina como rasgo de la cooperación, y resulta absolutamente improductivo separarla del espacio al que se proyecta, plagado de actores heterogéneos y poderes de todo tipo. La autonomía, entonces, más que doctrina, está viva cuando aparece como tendencia práctica, inscripta en la pluralidad, como orientación a desarrollos concretos que parten de las propias potencias, y de la decisión fundamental de no dejarse arrastrar por las exigencias mediadoras-expropiadoras del estado y del capital.
Cuidar los “tiempos internos” y alimentar la “capacidad de sustracción” son cuestiones fundamentales de estas experiencias. Sus riesgos son el congelamiento y el dogmatismo. De allí que sea posible decir que autonomía tiene a totalizarse como movimiento de apertura y no a cerrarse en una “totalidad dada”.
Las coyunturas políticas no son, entonces, “lo otro” de la autonomía, sino un momento de yuxtaposición de fuerzas en el que la autonomía opera como tendencia, de ruptura y polarización, o de problematización y profundización, apuntando a desplazar los límites de lo dado. Esta ha sido y sigue siendo la práctica de las experiencias de lucha en buena parte del continente.
8. Cabe distinguir la dispersión producida por los movimientos sociales de la fragmentación que promueven el mercado y el estado. En rigor no debería haber confusión entre una y otra: mientras la dispersión, evitando la centralización, alimenta el flujo de la cooperación; la fragmentación lo moldea y lo subordina a la lógica del capital. Mientras la dispersión conecta, la fragmentación neoliberal jerarquiza y concentra por arriba. La ambivalencia actual exige la distinción entre ambas dinámicas, sin perder de vista que la tendencia dispersiva se teje sobre el suelo dominante de la fragmentación capitalista. La confusión de lenguaje a favor de la fragmentación surge tanto de quienes la promueven activamente (ONG’s y organismos internacionales de financiamiento) como de aquellos que subordinan la construcción de vínculos transversales a la unidad por arriba (estado) como única forma de lucha contra la fragmentación. Bolivia muestra, en el momento actual, el encuentro de la dinámica comunitaria –con su doble movimiento de dispersión destructiva y cooperación constructiva– y la dinámica estatal-colonial en crisis. La situación abierta pone en juego tanto la profundidad del impacto democratizador de los movimientos sobre el estado, como la persistencia y la orientación de la metamorfosis institucional esbozada.
9. Bajo el neoliberalismo el proceso de fragmentación, privatización y explotación de lo común expropia recursos y deshace los tejidos comunitarios, a la vez que empuja a nuevas luchas a través de las cuales se recomponen las tendencias productivas de lo común. Pero este movimiento constructivo se realiza sobre un nuevo terreno, desbordando tanto los antiguos marcos de la comunidad estatal-nacional, como multiplicando las dimensiones en juego de esta producción de lo común, hasta involucrar no sólo la lucha contra el racismo y el colonialismo sino también la reapropiación de recursos naturales, los servicios públicos y la posición simbólica de lo comunitario en la vida política. En Bolivia la reorganización indígena-urbana y la lucha por la gestión pública del agua y la nacionalización del gas se despliegan en esta lógica. El desafío de pensar lo comunitario hoy en América Latina no puede sino partir de esta nueva composición de lo común y sus dinámicas que abarcan la reapropiación de recursos naturales y la autorregulación de las relaciones sociales que surgen de estas luchas. En el reconocimiento de estas tendencias (efectivas aún si parciales y mediadas por la representación) está el más novedoso de los rasgos de la gobernabilidad emergente en el continente, cuya amenaza más notable es –precisamente– el intento de controlar y estabilizar la fuerza callejera de los movimientos. Desde este punto de vista, resulta ingenuo, o directamente reaccionario, todo intento de reducir las formas de producción actuales de lo común tanto a los modelos estado-nacional-desarrollistas como a un cierre endógeno sobre la comunidad-indígena-tradicional.
10. La comunidad contra el estado, supone entonces un contraste entre fluidez productiva y gestión opresiva de esas energías. El neoliberalismo ya había dado cuenta de esta relación polar conectando de manera abierta a las comunidades con el mercado capitalista, sin mediaciones. El Alto, las nuevas resistencias, surgen (y se constituyen) en esta dinámica abierta de enfrentamiento. La crisis actual del aparato de la dominación en Bolivia, entonces, implica una reformulación general entre estado y sociedad, entre estado y comunidad. ¿Recomposición de una (nueva) estatalidad en base al reconocimiento de una dinámica de lucha comunitaria? ¿Cómo evaluar esta situación aparentemente inédita que se ha abierto en Bolivia? ¿En qué nivel se desarrollará ahora esta polaridad? ¿Una nueva composición política del estado surgirá del pleno reconocimiento de la dinámica comunitaria y sus poderes dispersantes o bien implicará un nuevo intento de subordinación? En todo caso, se advierte con facilidad que la encrucijada boliviana actual está determinada por el reconocimiento de esta potencia dispersante de la lógica comunitaria, pero también por la necesidad de desarrollar aún más las formas cooperativas en una nueva escala en combate simultáneo contra las propias tendencias al cierre y en contra de las fuerzas propiamente estatal-capitalistas que promueven esta detención. El desarrollo de nuevos poderes basados en el reconocimiento de la dinámica comunitaria (“mandar obedeciendo”) parece ser la clave positiva de una nueva constitución política en Bolivia.
11. Arribamos a una nueva síntesis: dispersión del poder más cooperación social. Según parece, entonces, la dispersión comunitaria ha aprendido a enfrentar los mecanismos de fragmentación subjetiva y de centralización estatal capitalista y tiene ahora el doble desafío de configurar modos de regulación de lo colectivo acordes a esta lógica dispersiva, anticipadora y destructiva de la centralización estatal. Una potencia positiva de producción y una negativa de dispersión. La primera, requiere de nuevas formas más amplias de articular la cooperación y la segunda, con Pierre Clastres, se conquista con “jefes que no mandan”.
12. En todo el continente, con las grandes diferencias de desarrollo y capacidad de autoreferencia y de lucha de los movimientos (es decir, dinámicas de acción colectiva y no sólo grandes organizaciones sociales), surge la misma pregunta: ¿qué hacer con el estado? La cuestión del quién y cómo se gobierna cuando la presencia de los movimientos desestabiliza la escena de las últimas décadas se ha tornado urgente. ¿Cómo concebir la concreción de este desarrollo heterogéneo de los estados capitalistas por parte de los movimientos? ¿Desarrollar poderes no estatales? ¿Ensayar una nueva dinámica de avanzada de los movimientos sobre los gobiernos que gobiernan en su nombre? ¿Combinar un doble movimiento de lucha y coexistencia en crecimiento de instituciones no estatales del contrapoder sobre instituciones estatales del poder? En todo caso, la doble perspectiva de la dispersión del poder y la invención de modos ampliados de la cooperación parecen esbozar la fórmula del principio activo que se juega en el “momento boliviano”.
Colectivo Situaciones, Febrero 2006