BARRET, Daniel. "Horizontes, caminos, sujetos, prácticas y problemas del cambio social revolucionario en América Latina. Primeros apuntes" (2)

América del Sur(aspectos generales)UruguayinternacionalismoAmérica latina.- Historia del anarquismo autonomíaSociedad. Emancipación, movimientos de la liberaciónBARRET, Daniel

Volver a la primera parte
3.- Sujetos: un protagonismo insustituible
11.- Dejar planteados los horizontes y los caminos de un cambio social revolucionario en América Latina es, implícitamente, definirse también respecto a los sujetos que pueden dar satisfacción a sus presupuestos; o, en otros términos, ubicar los protagonistas de esa entrañable peripecia. En principio, es posible saber que algunas conjunciones más o menos recientes que se proponen a sí mismas en tanto centros gravitatorios alternativos no puntúan lo suficiente como para considerarlos compañeros de ruta más o menos confiables; por mucho que intenten adoptar algunas de las pautas propias de los nuevos tiempos. Tal es el caso, por ejemplo, del Foro Social Mundial con sede en Porto Alegre, del Foro de San Pablo, del Congreso Bolivariano de los Pueblos o del Encuentro en Defensa de la Humanidad radicado en México. El Foro Social Mundial ha demostrado ser un instrumento del PT brasilero, de la socialdemocracia internacional y de las ONGs más lustrosas para sostener su candidatura a una administración plural y con “rostro humano” del nuevo orden internacional capitalista, al tiempo que el Foro de San Pablo se nos presenta como su cara político-partidaria. El Congreso Bolivariano de los Pueblos y el Encuentro en Defensa de la Humanidad -su contrapartida intelectual-, mientras tanto, parecen responder más a una necesidad de protagonismo de los gobiernos cubano y venezolano -relegados a un segundo plano en los aparatos anteriormente mencionados- que a una genuina confluencia de movimientos sociales de base. Más allá de sus remozadas presentaciones, las hegemonías ideológicas y organizativas planteadas en cada uno de esos ámbitos están demasiado emparentadas con el exclusivismo vanguardista, el reformismo socialdemócrata y el populismo, según los casos, como para que realmente se las pueda considerar el anuncio de algo nuevo.
12.- Mucho más próxima a las definiciones que hemos ido avanzando se encuentra la llamada Acción Global de los Pueblos, que no convoca en sus filas a organizaciones sociales inconfundiblemente cooptadas desde el poder estatal, que en términos declarativos renuncia a toda forma de control político desde las alturas y que proclama enfáticamente la descentralización, la autonomía y la acción directa de los movimientos sociales de base. No obstante, la AGP carece todavía de definiciones claras en múltiples aspectos, acoge a ciertas organizaciones de estirpe vanguardista, se desliza en otras hacia variantes asistencialistas y, más allá de algunas conferencias puntuales de cierta repercusión, no cuenta con una gravitación real en los movimientos sociales de base más activos y de mayor resonancia en las protestas del continente. No obstante estas limitaciones, la AGP ofrece un modelo organizativo considerablemente próximo al que a nosotros nos gustaría proponer y su sola existencia permite aquilatar la reciente y creciente influencia ideológica de corrientes de cambio basadas en el reconocimiento de la diversidad de movimientos y en la necesidad de reelaborar un paradigma revolucionario para América Latina. Estas características, precisamente, son claves en tanto la conformación de los sujetos del cambio reclama imperativamente la reapropiación crítica y la superación de las experiencias de lucha de décadas pasadas así como ofrecer lugares protagónicos a todos aquellos movimientos que desarrollen prácticas contestatarias contra las diversas formas de dominación.
13.- Sin perjuicio de las objeciones ya realizadas al Foro Social Mundial, es importante reconocer que el mismo ha servido de ejemplo a múltiples ensayos de replicación microscópica en las que han llegado a expresarse líneas de fuerza bien diferentes. El Foro Social Mundial es una colosal agregación de partidos políticos, movimientos sociales, ONGs, centros de investigación, intelectuales, etc., y sus propias dimensiones “globales” hacen que sólo los grandes aparatos internacionales puedan ejercer en él una influencia cierta y consigan una instrumentación directa o indirecta de sus propias finalidades; hasta el punto de transformarse en un espectáculo mediático en el que las voces de las experiencias de base acaban por volverse inaudibles. Sin embargo, cuando ese esquema de conjunción amplia de instancias orgánicas, experiencias y problemas es trasladado incluso más acá de lo “nacional” y llega al plano propiamente local o cuando adopta formas deliberadamente abiertas y transgresoras, se ha podido apreciar la emergencia de foros regionales o alternativos que, aun cuando no se propongan expresamente una estrategia anti-sistémica, pueden sí expresar la ebullición creativa y diversificada de la sociedad, exhibir sus tramas, sus opciones y sus posibilidades y concebirse como una experiencia rupturista en cuanto al estilo de hacer política.
14.- Pero la clave del cambio social y los sujetos revolucionarios por excelencia, en consonancia con un horizonte que se propone abatir todas y cada una de las relaciones de dominación, no puede radicar en otra parte que en los movimientos sociales de base que se constituyen, en su conciencia y en sus luchas, como genuinas alternativas al poder. Movimientos por doquier, de orígenes diversos y de peripecias propias: la herencia del viejo movimiento obrero, por supuesto, en sus sindicatos, sus cooperativas y sus comités de gestión; movimientos de desocupados que han sido expulsados del mundo del trabajo y a los que el capital y el Estado ya no pueden ofrecer respuesta alguna; los sucesores contemporáneos, también, de aquella clarinada estudiantil que proclamara en Córdoba, en 1918, la hora de la insurrección y que ahora pueden conjuntarse con otros movimientos juveniles de origen diverso; comunidades indígenas que todavía y con más fuerza persisten en su resistencia secular; movimientos de campesinos que alzan sus gritos por la conquista de la tierra y de libertad para trabajarla; agrupaciones urbanas y consejos vecinales de orientación “municipalista” que reclaman un espacio propio de decisión y formulan su vocación para administrar las ciudades de este continente; movimientos, en fin, ecologistas, de mujeres, de jóvenes, de derechos humanos, anti-militaristas, de contestación cultural, etc., etc., etc. Espacios todos ellos de búsqueda, de elaboración, de antagonismo; y desde los cuales animar prácticas agitativas, recrear proyectos alternativos y procesar orientaciones hacia un cambio social revolucionario. Si todavía es posible hablar de sujetos, ello no puede menos que ocurrir en esta densa y horizontal trama de movimientos que, de un modo o de otro, expresan mejor que nadie las posibilidades del alzamiento y de su deriva libertaria.
15.- Junto a los movimientos sociales de base, constituídos fundamental y normalmente a partir de una cierta condición común, se conforman también distintos tipos de agrupamientos, inspirados éstos habitualmente por definiciones ideológico-políticas y proyectos más selectivos y con un radio mayor de discurso y de acción. Estos agrupamientos son también esenciales en cualquier proceso de cambio social revolucionario; pueden alentarlo con sus decisiones, aportarle sus propios contenidos y ofrecerle sus energías militantes. Pero si el cambio social revolucionario ha de tener un signo y una orientación de corte libertario, es preciso que estos agrupamientos no pretendan atribuirse a sí mismos un papel de vanguardia o de conducción indisputable ni se propongan como la conciencia externa avanzada de los movimientos sociales de base. Estos agrupamientos tienen un campo específico de actuación y tareas propias que los movimientos sociales de base no siempre están de condiciones de asumir; pero es vital que ello no implique la sustitución de unos por otros y tampoco la adopción de un esquema según el cual los últimos no serían mucho más que la correa de transmisión de los primeros. Antes que eso, estos agrupamientos realizan su contribución mayor cuando se conciben a sí mismos como instancias de respaldo y de apoyo; con objetivos particulares y bien delimitados exhaustivamente respetables, pero siempre y cuando demuestren ser capaces de poner su patrimonio revolucionario acumulado a disposición de los movimientos sociales de base, de favorecer su fortalecimiento irrenunciable y de potenciar su innegociable protagonismo.
4.- Prácticas: los movimientos en movimiento
16.- No hay un recetario infalible y obligatorio de prácticas revolucionarias sino búsquedas incesantes y rebeldías plurales; lo cual no quiere decir que no puedan formularse algunas pautas e intuiciones más o menos razonables, coherentes con los objetivos finalistas y de acuerdo con la vasta experiencia histórica recogida por los movimientos de signo libertario. Por lo pronto, parece claro que, si los movimientos sociales de base han de afirmar y confirmar vocaciones rupturistas, tarde o temprano sus prácticas habrán de tener, total o parcialmente, una ubicación extra-institucional. Así como el marco institucional dominante obliga a jugar con las reglas del poder y a consagrar las posiciones subordinadas de los movimientos sociales de base, son las líneas de fuga que sepan recorrer los mismos respecto a áquel las que trazan antagonismos reales y profundos al poder así como trastocamientos relevantes del orden establecido. Las instituciones estatalmente legitimadas integran, cooptan y mediatizan; imponen privilegios y asimetrías, desarticulan la autonomía potencial de los movimientos y domestican su accionar. La búsqueda y el hallazgo de prácticas subversivas, por ende, ha de trascender en algún momento los corrales de ramas del Estado y sustanciarse en la periferia del mismo; más allá de sus posibilidades de adaptación y recuperación. Las revoluciones que queremos gestar comienzan a adquirir color y forma cuando los movimientos sociales resuelven ubicarse donde no llegan los brazos del gobierno; más allá del parlamentarismo, más allá de la legalidad, más allá de los mecanismos de replicación ideológica del sistema establecido; presentándose por encima de toda representación, redactando sus propias reglas, viviendo los valores que se hayan querido dar; en ese territorio inexplorado en el que los movimientos sociales querrán y podrán crearse a sí mismos sin las imposiciones e interferencias del poder.
17.- Avanzar en el camino de la ruptura y la ubicación extra-institucional, entonces, requiere la asunción previa de dos conceptos fundamentales con sus correspondientes referentes prácticos: la autonomía de los movimientos sociales -de todos y cada uno de ellos- y la autogestión de sus luchas. Los movimientos sociales, en su despliegue y en sus potencialidades, no pueden aceptar instancias superiores ni subordinaciones ni cooptaciones de especie alguna; cualesquiera sean las procedencias y las intenciones de las mismas: sus objetivos y sus acciones sólo pueden ser trazados a partir de su propio bagaje ideológico, de sus propias convicciones, de sus propias prioridades políticas y de sus propias fuerzas. Respaldos sí, pero no vanguardias, sobre-protecciones o solapadas curatelas: las luchas sociales de signo revolucionario también son objeto de autogestión por parte de sus protagonistas directos y no cabe librarlas de otro modo que no sea a partir de aquellos núcleos de base que las encarnan y que no admiten sustitución posible. La realización autonómica de los movimientos sociales de base exige un proceso de construcción, de formación de conciencia y de definición de prácticas que no dependa de ningún centro político constituído o con pretensión de tal sino de la reflexión interna que se consuma desde su propia experiencia de vida. En ese contexto, las luchas sociales mismas sólo aceptan ser autogestionadas y libradas como un acontecimiento colectivo de base sin ningún tipo de administración externa y que no puede ser enajenado bajo ningún punto de vista concebible.
18.- Las prácticas de acción directa son ahora el corolario de este bagaje conceptual remozado. Cara a cara contra el enemigo, sin mediaciones ni gestorías: he ahí la divisa y el emblema de una práctica de intención, orientación y potencialidad revolucionaria. La acción directa, entonces, es el resumen político-práctico capaz de distinguir a movimientos sociales de base que han construído su más completa autonomía, que son capaces de autogestionar sus luchas y que, en el camino de su fortalecimiento, se dan espacios extra-institucionales de actuación. Acción directa, por ende, contra las relaciones de dominación que definen al movimiento social de base en cuanto figura antagónica de las mismas; acción directa como gesto permanente de resistencia; y acción directa también en tanto ejercicio anticipatorio del porvenir. Acción directa multiplicada, ya no reducida a los clásicos patrones de actuación del movimiento obrero en torno a la huelga, el boicot y el sabotaje ni tampoco como una expresión solamente aplicable a los episodios de violencia sino en tanto rasgo básico de perfil y posicionamiento de las organizaciones sociales de base. Fuente de identidad, de energía y de capacidad transformadora, la acción directa así entendida es bastante más que un estilo, un método o una mera formalidad y mucho más que una codificación estrecha de situaciones rituales: es el contenido mismo de la anarquía; como anuncio, como promesa y como actualización de sí.
19.- Si las pautas anteriores permiten avanzar un diagrama de prácticas de los movimientos sociales en relación a las estructuras de dominación en que se desenvuelven, el asambleísmo parece ser el rasgo básico de definición al interior de los mismos. El movimiento es una creación colectiva que se instituye a sí misma y se transforma en su incesante recorrido: redondear tal cosa no puede ser la obra de una pequeña élite ilustrada o de un grupo de abnegados pastores sino la colosal empresa de una comunidad de individuos que se perciben entre sí como iguales y compañeros. Formar parte de un movimiento social es mucho más que una ceremonia de afiliación y tampoco se agota en un permanente acompañamiento disciplinado: las pertenencias reales son una fusión con los otros y un compromiso total donde la capacidad de cada uno de decidir y hacer con los demás resultan ser un elemento esencial e innegociable. Y ello es posible no exclusiva pero sí fundamentalmente en espacios asamblearios, en esas instancias de participación en las que cada miembro del movimiento asume a cara descubierta sus responsabilidades consigo mismo y con todos aquellos a los que se encuentra asociado su destino. Espacios de aprendizaje y de forja, de reconocimiento y afirmación de una identidad en interminable construcción, las asambleas son las instancias privilegiadas de diálogo, de intercambio y de elaboración: comunicación de expectativas y deseos, trasiego de ilusiones y de sueños, garantías de sinceramiento y franqueza, pulso e impulso de lo individual colectivizado y asumido como recorrido emancipador.
20.- Como hemos visto, hay prácticas de relación entre los movimientos y las estructuras de dominación y también de los movimientos consigo mismos y con su devenir autónomo. Nos queda por plantear, entonces, una dimensión capaz de redondear el esquema: las prácticas distintivas de relación de los movimientos sociales de base entre sí. Cada movimiento está definido por una específica situación de dominación y su existencia misma es ya de por sí una práctica alternativa y de resistencia que se entrecruza con la de los restantes y produce una densa trama de reconocimientos e identificaciones plurales; reconocimientos e identificaciones con el otro oprimido, con el otro víctima, con el otro excluído, con el otro marginal. A este nivel, la solidaridad entre los dominados es la más sonora de las voces de “mando”. Si los movimientos sociales de base se constituyen realmente como la contracara del poder institucionalizado y si éste ya no gira en torno a un centro determinado que todo lo abarca y todo lo explica, entonces esa solidaridad no puede operar más que por transversalidad entre movimientos distintos y superpuestos a partir de la condición múltiple de sus miembros. Y enfrentar simultáneamente diversas situaciones de dominación es algo que ya no puede aceptar la hegemonía de ningún movimiento en particular como perenne buque insignia que habrá de marcar el rumbo y el ritmo de los demás. Ahora, el suelo sobre el cual reposan los proyectos de resistencia y de cambio es un suelo de arenas movedizas y su representación gráfica remite a redes en las que no existe centro alguno ni recorridos predeterminados e inviolables. Son redes que se diseñan y rediseñan al calor de las luchas sociales de cada lugar y cada momento, como un mapa borroso pero imborrable en el que siempre habrá no uno sino muchos caminos por recorrer.
5.- Problemas: los acertijos a resolver
21.- América Latina no es una unidad homogénea e indivisible, aunque en algún momento se haya pensado erróneamente que esa inexistente coherencia podía ser proporcionada desde afuera y gracias a la presencia implacable y absorbente de los Estados Unidos como centro dominante. No alcanza, entonces, con apelar a orígenes y destinos comunes que supuestamente habrían de hermanarnos en forma automática así como no es más que una ilusión suponer que el ritmo y la intensidad de los movimientos de cambio habrán de sincronizarse sin remedio en virtud de una legalidad histórica para consumo de los creyentes en la “ciencia”. Las diferencias de país a país -e incluso de región a región en buena parte de ellos- no pueden ser pasadas por alto y sólo cabe reconocerlas y respetarlas como tales. Cada país latinoamericano reclama especificar sus propios horizontes, caminos, sujetos, prácticas y problemas y no cabe sustituir los procesos propios de reflexión y elaboración con metáforas ingeniosas que sólo producen “unificaciones” arbitrarias y espejismos revolucionarios sin futuro. Para apropiarse realmente de los problemas del cambio social en América Latina no es suficiente y ni tan siquiera necesario el perezoso traslado de un lugar a otro de esquemas que pudieron ser o parecer exitosos en territorios delimitados y circunstancias intransferibles sino que cada cruce particular en las coordenadas de espacio y tiempo exige ser asumido como un momento de creación, en tanto parte de un recorrido singular que seguramente habrá de presentar rasgos similares con otras peripecias pero que siempre tendrá sus propias señas de identidad. Pensar y actuar revolucionariamente no son meras instancias de replicación y emulación de los “buenos ejemplos” sino, por sobre todas las cosas, travesías marcadas por el desafío, el riesgo y la necesidad de imaginar: las subversiones profundas del mañana habrán de parecerse más al arte que a las cadenas de montaje y a la producción en serie.
22.- Definir a punto de partida una orientación revolucionaria no transforma mágicamente a la revolución en una posibilidad inminente: una cosa son las intenciones y la voluntad y otra muy distinta las condiciones en que las mismas operan. El aliento individual y colectivo de la insurrección, la transgresión y la desobediencia es una vocación y una forma ético-política de ubicarse en el mundo pero no supone la transformación del mismo a partir de su exclusivo despliegue. En definitiva, que un conjunto de prácticas adquieran o no una proyección revolucionaria en un momento dado es bastante más que una manifestación de deseos y que el producto inexorable de una resolución grupuscular; por muy firme e intensa que ésta sea. Adquirir o no una proyección revolucionaria es un proceso y no un momento de revelación; es un camino sinuoso y zigzagueante, plagado de ripios y emboscadas, en el que se avanza y se retrocede; un camino que a veces podrá ser recorrido con botas de siete leguas pero que en otras ocasiones no admitirá más pasos que el de las tortugas y en ciertos casos no podrá ser algo demasiado distinto a un hospital de campaña en el que restañar las heridas recibidas. Las proyecciones revolucionarias que puedan adquirir los pueblos latinoamericanos, por lo tanto, no son fatales ni inevitables sino situaciones contingentes y condicionadas por múltiples factores que estamos muy lejos de poder prever con la anticipación y la exactitud que resultarían satisfactorias. La decisión de recorrer ese camino y de responder a todos los obstáculos, dificultades y enigmas que puedan plantearse es una de las muy pocas certezas que podremos concedernos a nosotros mismos.
23.- En este marco de problemas, uno de los aspectos a tener especialmente en cuenta es aquel que guarda relación con los desniveles entre los propios movimientos sociales: entre sus entendimientos básicos, sus proyectos y sus prácticas. Cada movimiento tiene su propia impronta constitutiva y sus propias articulaciones en un diagrama general de poder y, por ende, sus prácticas habrán de conectarse de muy diferentes modos con una cierta estructura de dominación y con su correspondiente jerarquización interna. No se trata de volver a plantear aquí y ahora la existencia de una relación central determinante, permanente o empecinadamente igual a sí misma y de cuya resolución dependerían mecánicamente todas las demas; pero sí de asumir que los movimientos sociales y sus prácticas presentan potencialidades revolucionarias que no son exactamente iguales entre sí en cualquier circunstancia dada. Incluso, esos momentos extraños pero sublimes, de sincronización casi absoluta y en los que se produce una prodigiosa confluencia de tensiones y movilizaciones sociales capaces de derribar un gobierno -Argentina en diciembre del 2001 y Bolivia en octubre del 2003, por ejemplo- tampoco aseguran por sí mismos que habremos de estar en presencia de una virtualidad revolucionaria inevitable. Las revoluciones del futuro siguen siendo un misterio que todavía no hemos descifrado: la historia reciente sólo nos ha demostrado lo absurdo y falaz que es alimentar el mito de “la toma del poder”, pero todavía no nos ha proporcionado -y seguramente no nos proporcionará- fórmula infalible alguna respecto a cómo abatir las estructuras establecidas y, sobre todo, cómo sustituirlas realmente por relaciones de convivencia libertarias y socialistas.
24.- Los revolucionarios anarquistas, por lo tanto, tenemos frente a nosotros el inmenso reto de aprender a combinar distintos niveles de acción; de algunos de los cuales, muy probablemente, ni siquiera nos hayamos percatado todavía. También parece obvio que esos niveles de acción habrán de asumir diferentes grados de profundidad y avance en lo que a proyecciones revolucionarias se refiere y cada uno de ellos presentará rasgos propios y exigencias de muy distinto porte. Para aquilatar la multiplicidad de posibilidades, basta con pensar que los sujetos del cambio social son movimientos con raíces diversas -identitarias, territoriales, temáticas, etc.-; con ámbitos de actuación sumamente restringidos o extraordinariamente amplios -local, regional, nacional, continental, global-; con contenidos y metas no necesariamente idénticas -que pueden ir desde solidaridades puntuales y episódicas hasta vastos proyectos de ruptura-; etc., etc., etc. Una multiplicidad que se ensancha, además, toda vez que sea necesario cubrir el análisis de la situación y las orientaciones a seguir en ella con consideraciones que hacen a su propia historicidad; presentando ésta, por su parte, algunos ritmos diferenciales de navegación que diversifican más todavía las dificultades originales. Un cuadro de tamaña complejidad no admite recetas fáciles ni sus interrogantes pueden ser resueltos con meras apelaciones a la tradición: una vez más, los problemas deben ser aprehendidos en tanto tales y nos acucian a un esfuerzo renovado e intenso de invención.
25.- Quizás el resumen de los problemas que todavía deberemos localizar y afrontar se sitúe en torno a nuestro “atraso” teórico. El mundo que se abre ante nuestra mirada mantiene algunos rasgos básicos comunes con aquellas sociedades europeas de la segunda mitad del siglo XIX que vieron florecer y desarrollarse los primeros brotes del pensamiento anarquista; pero también es sustancialmente distinto en sus resortes, en su entramado, en sus incitaciones, en su dinámica y en sus potencialidades. Siendo así, descifrar las condiciones de posibilidad del cambio social, de sus proyecciones revolucionarias y de sus más íntimas exigencias no puede ser ya un ejercicio de repetición sino un trabajoso proceso de descubrimiento que no es posible anticipar en su enorme riqueza de detalles. Conocer más cabalmente las sociedades en las que vivimos, ser capaces de explicar sus diagramas de poder y reconocer las eventuales pautas de su trastocamiento constituyen un nudo problemático insoslayable. Se trata, por lo tanto, de teorizar, pero no como una actividad aislada, elitista y de gabinete sino en tanto elemento que apuntale el despliegue de nuestras prácticas y que crezca con ellas; no como una función a término de la que habrá de esperarse un producto acabado e infalible sino en tanto movimiento de fecundación. La teoría que estamos necesitando es un rico lenguaje de exploración y un denso diálogo con la realidad; y las prácticas libertarias no habrán de ser en ese marco un objeto pasivo, subordinado y regulable sino el recorrido mismo de su elaboración.
He aquí, entonces, 25 puntos sintéticamente presentados y a partir de los cuales continuar pensando, elaborando y actuando; a través de los cuales nada ha quedado definitivamente resuelto pero que, en una visión de conjunto, permiten disponer en forma aproximada de los actuales elementos definitorios básicos del anarquismo revolucionario y militante de forma articulada y coherente. ¿Hace falta decir que esta empresa ha sido acometida desde un cierto punto de vista no necesariamente “universal” y que no creemos que todos los compañeros anarquistas de la extensa América Latina habrán de sentirse plenamente expresados por este resumen? Seguramente habrá quienes sientan rechazos más o menos enérgicos por alguna de nuestras afirmaciones o, contrariamente, inocultables malestares por una o por muchas de las omisiones perpetradas; es de entera probabilidad que otros no consideren debidamente destacados sus énfasis mejor atesorados o sus principales sellos de distinción; y, casi con total certeza, más allá o más acá de acuerdos y desacuerdos, habrá terceros y cuartos que consideren la completa inutilidad del intento. Pero, al fin de cuentas, no es otra cosa que eso: un intento; un conato ubicado bastante más cerca de nuestras incertidumbres y exploraciones que de los manifiestos que creen, temerariamente, que todo lo saben y todo lo pueden; una suerte de mínimo común múltiplo que, aplicados los factores de ajuste y elevado luego a la potencia que corresponda, densifique y enriquezca los caminos de construcción de una amplia red de intercambios, de solidaridades y de prácticas comunes que tan necesaria resulta en la actual circunstancia del movimiento anarquista en América Latina. Y, precisamente y por sobre todas las cosas, de eso se trata: contar con una agenda de preocupaciones compartidas que sea algo más que un estéril ejercicio intelectual y pueda verterse en una reflexión de claras consecuencias organizativas y prácticas.
Es innecesario y reiterativo decir que todo esto no tiene más que el inconfundible aroma de lo inconcluso y que por sí mismo no reúne las condiciones para provocar esas consecuencias organizativas y prácticas de que hablamos. Al mismo tiempo, sería absurdo pretender que con tan poca cosa fuera suficiente para rearmar rápidamente una trama de desplazamientos centrífugos y desencuentros y transformarla en un tejido de complementariedades, coincidencias y trabajos compartidos desde un entendimiento común. Contrariamente, nuestra percepción del asunto nos dice, sin demasiado lugar para las dudas, que es completamente ilusorio sintetizar súbitamente y sin demasiados traumas una constelación de prácticas que se justifican en pensamientos con su propia articulación interna y sus propios ejes de elaboración. Siendo optimistas, cabría decir tal vez que las divergencias son sólo de énfasis, de matices o de prioridades; pero, siendo realistas, habría que decir también que éstos resultan ser lo suficientemente fuertes como para no haber alentado todavía un proceso absolutamente confiable, seguro e irreversible de aproximaciones libertarias estrechas e indisolubles. Lo que aquí se ha desarrollado, por lo tanto, no tiene la vocación ingenua de transformarse en un manifiesto anarquista latinoamericano de los tiempos modernos, al que probablemente no le haya llegado todavía su oportunidad; pero sí creemos habernos asomado, sin ánimo alguno de exhaustividad, a algunas de las definiciones esenciales de un proyecto libertario de acción revolucionaria.
Asimismo, esperamos haber avanzado al menos un palmo en pos de dos objetivos cuya satisfacción nos parece fundamental. En primer lugar, dejar firmemente asentada la necesidad de que nuestro movimiento -más allá de nuestra actual situación de auge y de despertar- debe trabajar intensamente todavía en torno a la clarificación y a la renovación de sus formulaciones teóricas, ideológicas, políticas y organizativas; para dejar definitivamente atrás su condición de flor exótica a la que se observa con una mezcla de simpatía e incredulidad y adoptar sin demasiados escrúpulos las señas de identidad comunes, los lazos de unión y las prácticas que lo transformen en un agente reconocible, respetable y temible de transformación social a gran escala. Y, en segundo término, haber entrevisto también la posibilidad de cumplir real y cabalmente con esa empresa; para lo cual no es imprescindible resignar las autonomías grupales y las identidades menudas tal como se encuentran actualmente configuradas sino que bien puede alcanzar con no magnificar las diferencias existentes, no erigirlas en fosos infranqueables y no convertirlas en lenguas herméticas e intraducibles. Tomar conciencia de esa necesidad y de la posibilidad de cubrirla son dos instancias tal vez menores y de entrecasa pero, innegablemente, es muchísimo lo que está en juego a ese nivel: en principio, según todas las evidencias disponibles al día de la fecha y de acuerdo a nuestra propia experiencia histórica acumulada, está en juego nada menos que nuestro futuro. Y no parece que sea mucho el tiempo que todavía podemos perder.