BARRET, Daniel. "Génova 2001..." - Documento #5: Algunas reflexiones sobre las jornadas de Génova

Sociedad. Manifestations represiónGénova (Italia)

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Los comentarios en caliente sobre los eventos reportan (sobre todo, como es obvio, de parte de la prensa institucional), las acusaciones de los jefes de las organizaciones presentes en Génova que hablan, casi unánimemente, de provocadores en complicidad con la policía (incluso filmados o fotografiados), o, en el mejor de los casos, lumpenes dejados actuar libremente que habrían hecho el juego a la policía dándole ocasión de atacar el conjunto de la manifestación pacifica.
La primera observación que se puede hacer es que estas acusaciones se repiten metódicamente desde hace 25 años cada vez que una manifestación escapa al control de sus presuntos organizadores políticos. Y según ellos siempre hay cabezas calientes, compañeros que se equivocan, personas que caen en las provocaciones (fascistas o policiales), o incluso en los casos mas evidentes, infiltrados.
Esta es la única justificación de quien trata de instrumentalizar la voluntad de protesta de miles de personas sobre argumentos que tocan todo y a todos, de manera directa o indirecta.
Hay miles de motivos para protestar: una reunión de poderosos, los más poderosos en occidente, protegidos por miles de hombres armados a pleno, los mismos hombres que en primera instancia, todos los días, por todos lados, aplican las decisiones de los personeros del poder.
El G8 no es nada. Nada se decide allá. Pero es un símbolo. Y simbólicamente estaba quien quería protestar contra ellos. En modos y términos diferentes.
Y en este punto es necesario entendernos sobre los términos.
Protestar democráticamente (que en la acepción de los llamados organizadores y exponentes de la “sociedad civil” significa sin ofender, sin causar daños, sin defenderse), significa también darse cuenta, como justamente han señalado los mismos poderosos y sus voceros, que estos poderosos representan naciones en las que está en vigencia la democracia y que los mismos han sido elegidos democráticamente por la mayoría de los electores, y que por lo tanto representan a todos aquellos que aceptan, votando y aceptando los términos de la gestión democrática, de ser gobernados por ésta o por aquella corriente política.
Es un sistema que no deja espacios: se acepta o no.
En este sentido aquellos que pensaban protestar democráticamente, prácticamente manifestaban el desacuerdo de una minoría institucional por las decisiones del gobierno que ellos mismos han legitimado votando.
Hay que darse cuenta: aunque fueran un millón de personas, serian consideradas democráticamente como una minoría. Los electores decidieron otra cosa, han votado a otros y los elegidos democráticamente deciden por todos.
Varios millones de personas han elegido a estos poderosos. Que los otros sigan probando. Rasca, rasca y alguna vez te tocará mandar.
¿Para qué sirve una manifestación de la minoría? Para desahogarse, para hacer ver que no se está de acuerdo, para tratar de hacer presión sobre nuestros gobernantes, para que tomen decisiones más justas, quién sabe por qué tendrían que hacerlo. Sin embargo cuando finalmente nos encontramos en la manifestación, tal vez por segunda, tercera, la décima, la centésima vez, después de años de sufrir las decisiones que se toman desde lo alto, limitaciones, opresiones, represiones, violencias, sucede algo. Sucede que se recuerda la rabia que producen las injusticias, de cómo es imposible gestionar la propia vida porque en cada uno de sus aspectos estamos limitados y reprimidos por un sistema que ha fabricado vías predefinidas de las cuales es imposible fugarse. Sucede que nos damos cuenta de que ni siquiera es posible comprender quién es el responsable de todo lo que nos sucede.
No es responsable nuestro empleador –si no existiese no se comía-, no lo es quien nos hace pagar los impuestos (ahora los sacan directamente de los sueldos, así parece más indoloro), no lo es quién nos multa -en definitiva hace sólo su trabajo- no lo es quién nos gobierna -que finalmente es la expresión de la mayoría de nosotros-, no lo es quién nos cachiporrea y detiene -alguno debe hacerlo, y entonces no es con la fuerza que se defienden las razones de quien esta “abajo”.
Así cuando en la vida cotidiana nos damos cuenta que algo no esta bien, jamás nadie es culpable, nadie es responsable, todos tienen una justificación y no se puede hacer nada, sino rezar, votar y pedir algunas migajas más.
Por las grandes cuestiones colectivas no existen responsables: contaminación, hambre, enfermedades, guerras y demás, no se encuentran jamás los responsables. Y se quedan ahí a retorcerse las manos, impotentes.
Está quien participó en la manifestación con estos sentimientos ya racionalizados desde antes, quien los ha sentido surgir durante las horas de manifestación. Y muchos han desahogado la propia rabia, han explotado, comprendiendo cómo, en estas manifestaciones no queda otra cosa que hacer. Y otros muchos expresaron destructivamente su rabia y odio contra un sistema que, este sí, es un bloque negro, un bloque que no deja espacio a ningún otro método, mucho menos a la autodeterminación de la propia vida.
Cada ser enjaulado, antes o después, se rebela, sin importar lo amplia y confortable que sea la jaula.
En fin podemos también decir que la policía de cualquier manera hubiera reprimido, que ha reprimido a quien no hacía nada , que no esperaban otra cosa, que les gusta pegar, que había un clima intimidatorio, pero el hecho es que no era sensato enfrentarse a 8 poderosos que deciden por todos y que se rodean de miles de hombres armados.
Y quien ha visto la violencia endémica de las manifestaciones institucionales, de sus bloques, de los muros, de los uniformes, aún antes de la violencia directa, sabe que la responsabilidad es del Estado y de sus protectores, más que de los “provocadores”. Su propia existencia es una provocación, una amenaza.
Cuando se protesta contra quien gobierna el mundo, no hay medias tintas. El sistema quiere a alguien (o algunos) que gobierne todo, y la persona sola nada puede hacer. Y en estos días miles de personas solas, no solamente los anarquistas, se expresaron, han vivido sin mediaciones su rabia.
Sepan, los organizadores, los mediadores, los politiqueros institucionales o menos, que ninguno, ni nosotros, ni ellos, ni ninguno de aquellos en la manifestación ayer o en el futuro, puede gobernar la protesta, puede frenar la furia de quien todos los días está obligado a vivir debajo de la égida del Estado, de la Ley, de la Justicia. Estos, los llamados pacifistas, socialdemócratas, reformistas, no podrán hacer otra cosa más que calcar los métodos y sistemas de aquellos contra los que dicen protestar: organizaciones verticales y especializadas, delegación, representación, control, censura, represión. Poder contra el poder. Desaparezcan. O si no nos resignamos a organizar viajes para turistas alternativo-antagonistas aburridos, tal vez a destinos exóticos y lejanos, que no los toquen ni de cerca en la vida diaria.
Algunas notas críticas generales y abstractas: el peligro de estas manifestaciones es que incluso los más determinados y sinceros se acomodan al hecho que sólo en estas ocasiones nos podemos expresar, es decir sólo en situaciones de mesa, cuando la satisfacción del actuar es compartida por muchos, a lo mejor cuando las propias acciones tienen difusión en los grandes medios: el peligro entonces, es la renuncia a la proyectualidad y la autocomplacencia.
Lo que es sin embargo materialmente muy peligroso es la difusión de telecámaras, videos y máquinas fotográficas por todos lados, incluso en las “propias” filas. El instrumento mayoritariamente utilizado por la represión para controlar es la identificación y la represión de los individuos. Es necesario eliminar, sobre todo entre nosotros, esta práctica, este hábito estúpido e inútil de filmar y fotografiar. La representación, el espectáculo de la realidad, no hace otra cosa más que desviar nuestras acciones.
22/07/01, El Paso Ocupado, Torino
Traducido libremente por Alter

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